Mi primer robot
- Roy Molina
- 17 jun 2022
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 21 jun 2022

Era 2006, mi último semestre de preparatoria y el primero de universidad. No tenía idea de qué quería de mi vida. Si bien siempre había tenido un gusto especial por el diseño, el dibujo y las matemáticas, no eran más que cosas en las que "era bueno", no las veía como algo más que eso.
A diferencia del resto de mis compañeros de generación, yo no había hecho trámite a ninguna universidad, ni enterado estaba de que tenía que hacer examen de admisión y mucho menos sabía qué quería estudiar. Mi única "opción" era irme a CDMX a estudiar matemáticas en el ITAM (LOL, no sabía lo qué decía, una de las universidades más caras del país). De ahí lo que seguía en mi lista era Diseño Gráfico y... ya. No estaba precisamente muy motivado por la etapa que se venía.

Unos meses antes de acabar la preparatoria, un maestro, Efraín Castillo, nos invita a mí y a varios nerds de mi generación a un taller fuera de horario de clases para jugar a hacer robots con Lego. ¿Robots? Ni idea de que eso existía más allá de la ciencia ficción, pero igual me animé a probar. Había jugado con Lego toda mi infancia, seguro no era tan complicado.
Tengo muy vagos recuerdos de ese día, pero tengo muy claro cual era el reto: usando un kit de Lego Mindstorms RCX (el tatarabuelo de la robótica con Lego) debíamos construir un robot, siguiendo los pasos de un manual, y con unos curiosos bloquecitos virtuales ir construyendo una especie de rompecabezas en la computadora que serían las instrucciones que nuestro robot seguiría, todo ello para que el robot siguiera una línea de color negro en el suelo ¿ganaba el más veloz? ¿El más preciso? ¿El que construyera más rápido? No... ganaba el que lograra que su robot se moviera al menos un poco por esa línea negra.
Mi robot, por supuesto, no funcionó.
causó dos emociones en mí que pudieran considerarse contrarias: por un lado me frustré, porque cómo era posible que no pudiera, yo siempre podía resolver esos rompecabezas de ingenio, además eran algo así como matemáticas, ¿no?, ¿cómo no iba a poder resolver un problema matemático?, pero al mismo tiempo, en oposición total al primer sentimiento, me sentí motivado, el aparato ese estaba haciendo lo que yo le decía (incluso si se lo decía erróneamente), se sentía como ser un ente superior que podía tener el control de ese pequeño espacio y esos gramos de plástico, metal y silicio. Era crear, analizar, batallar y al final liberar toda la frustración en un espontáneo "¡Eureka!" (Bueno, en mi caso y como buen mexicano siempre fue un "¡a huevo!")
Pensarán que después de eso mi mundo se aclaró e inmediatamente dije "¡sí, quiero ser ingeniero en mecatrónica!", pero no exactamente. Para mí esa experiencia fue algo similar al diseño y las matemáticas, un "hobby", algo en lo que simple y sencillamente soy bueno (aunque en este caso no lo fuera tanto). Y eso era porque ni siquiera sabía que existía una carrera para eso, yo relacionaba la ingeniería con ganado y animales (porque mi mamá es ingeniera zootecnista) y las máquinas con lavadoras y máquinas de coser (porque mi abuelo tenía un taller donde las arreglaba). Pero hasta ahí.
La forma en la que llegué a Mecatrónica fue, probablemente, no la mejor ni más informada. Pero fue gracias a otro maestro, a quien le tengo, hasta la fecha, un gran cariño. En una plática con quien en aquel momento era mi maestro de Cálculo Integral, Guillermo Saint Martin, le comentaba que no sabía qué iba a estudiar (a dos o tres meses de terminar el bachillerato) y su respuesta fue "pues estudia Mecatrónica, acaban de abrirla". Ni siquiera lo pensé, si Memo me lo estaba recomendando seguramente era lo correcto.
Me inscribí a Ingeniería Mecatrónica.

Que, resultó, se trataba de robots y matemáticas y otras cosas como electrónica y programación a las que con el tiempo les agarraría amor. También tenía una pincelada de diseño (por computadora y con fines mecánicos, pero diseño). Fue una buena decisión que, tal vez creía que fue sin pensarlo, pero viéndolo en retrospectiva seguramente mi inconsciente estaba juntando todas las piezas del rompecabezas que tenía hasta el momento y me hizo actuar en consecuencia. Las corazonadas no existen, es la magia de tu cerebro haciendo miles de conexiones neuronales a gran velocidad.
En mi primer semana de universidad ya estaba yendo a mi primer concurso de robótica. 16 años han pasado desde aquel momento.
Cuando recuerdo esta historia me hace entender la importancia de los maestros en nuestras vidas. Podemos quejarnos de muchos de ellos, pero hay algunos que dejan una marca profunda en nuestra personalidad y el resto de nuestra existencia. Aunque en un principio no lo vi, con los años lo he ido entendiendo. Si mi labor como docente ha logrado impactar a alguien la mitad de lo que los esfuerzos de Efraín y Memo impactaron en mí, entonces me siento afortunado y puedo decir que todo este tiempo de dar clases ha valido totalmente la pena.
Hoy muchos de mis ex alumnos son ingenieros o están estudiando ingeniería (o no), por supuesto no es porque yo haya sido su maestro, pero me gusta pensar que he influido positivamente, aunque sea un poco, en su formación, en alguna de sus decisiones y en su vida.
Ojalá el estándar de medición del éxito en nuestra sociedad no fuera el dinero y en su lugar lo fuera la influencia positiva que se tiene en la vida de las personas que te rodean. Los más exitosos serían esos maestros apasionados y todos moriríamos por estudiar para ser maestros.
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Nota: Disculpen la calidad de las imágenes, hace 16 años no había ni celulares chidos ni respaldo de fotos en la nube. De hecho, sólo la última es de 2006.
Puedo decir orgullosamente, que tu, Luman y Geras, han sido una de las mayores influencias en mi vida y han formado gran parte de lo que soy hoy, siempre les voy a estar agradecido.
Me sentí identificado con el proceso decisivo en la etapa de ingreso a la universidad y pasión por la mecatrónica, actualmente estoy en noveno cuatrimestre de Ingeniería Mecatrónica, claro está que para llegar a ese punto tuvieron que pasar grandes momentos de aprendizaje y convivencia con amigos y maestros (guías) que dieron lo mejor en cada proyecto realizado, que al final solo forman parte de nuestras vidas volviéndose un recuerdo más en nuestras experiencias.
Me quedo con esta frase "Las corazonadas no existen, es la magia de tu cerebro haciendo miles de conexiones neuronales a gran velocidad". Me gustaría tener o haber tenido un maestro que me guiara hace 4 años antes de entrar a la universidad, pero en este momento agradecería alguien que me diera un buen consejo de orientación a sólo un semestre de graduarme