Luciérnagas en la cabeza
- Roy Molina
- 19 jul 2022
- 10 Min. de lectura

Era una tarde calurosa de verano, común y corriente, de esas jornadas de sol insoportable que sólo África puede ofrecer y que no me gustan nada porque no te permiten concentrarte en tus propios pensamientos y vaya que tenía mucho que pensar en ese momento.
Llevaba ya varios años siendo maestro, me había enfrentado (no siempre de una forma bélica) ante ya varios grupos de estudiantes, desde pequeños y energéticos preescolares hasta uno que otro ingeniero en potencia. Siempre con la misma retórica: "la tecnología, queridos padawans, es la meta".
Me entusiasmaba ver sus reacciones ante un método de enseñanza que era tan radicalmente diferente a lo que habían experimentado durante toda su vida. No estaban obligados a estar sentados, compartían activamente con sus compañeros de grupo y creaban con sus propias manos un robot, lo cual, aunque pudiera sonar como lo fundamental, resultaba ser de poca importancia frente a la otra construcción que estaba ocurriendo al mismo tiempo, la de sus cerebros.
Colocaban un engrane en ese escueto aparatejo que estaban construyendo mientras esbozaban una amplia sonrisa de felicidad en sus caras y en ese instante se alcanzaba a ver, como si hubiera una máquina de resonancia magnética rodeando su cabeza, una chispa que encendía por unos cuántos milisegundos y se fundía inmediatamente después, como luciérnagas jugando. Durante mucho tiempo supuse que era una ilusión óptica, pues ocurría muy de vez en cuando, seguro eran mis ojos defectuosos que engañaban mi cansada visión después de largas horas de impartición de clases. Pero al mismo tiempo, quería imaginar que algo insólito en esta monótona habitación estaba ocurriendo.
¿Algún otro maestro habrá llegado a este mismo descubrimiento? ¿Habrán notado El Brillo?
Quise suponer que no era el único, pero es que el resto de los maestros que conocía estaban ciegos. Y su ceguera no era una condición genética, fue una decisión semi consciente de cada uno de ellos. Buscaban cualquier pretexto para perder la vista, pues, al no ver, escudaban el resto de sus discapacidades a esta nueva y auto impuesta condición. Que si no se interesaban en las personas, "oh, perdón, es que soy ciego", que si hacían de su profesión una rutina repetitiva, "oh, perdón, es que soy ciego", que si no daban a sus educandos palabras de aliento, "oh, perdón, es que soy ciego".
Y era una situación casi generalizada en el planeta, una pandemia que, si no fuera porque la estaba viendo con mis propios (y casi completamente funcionales) ojos, hubiera creído que sólo podía existir en los cuentos de José Saramago. Algunos teníamos deficiencias menores, éramos tuertos, astigmáticos o, como yo, miopes; pero si usábamos lentes se aminoraba bastante el malestar.
Se sabía que había algunos rebeldes con "ojos abiertos" a quienes normalmente se les consideraba agresores del sistema y tenían que esconderse en burbujas que contenían pequeñas ciudades habitadas únicamente por los de su tipo. Habían desarrollado, por supuesto, una personalidad antisocial, hermética y, en ocasiones, egoísta. Pero poseían verdades que sus ojos perfectamente funcionales les permitían apreciar en su totalidad.
Tenía que conocerlos. Seguro ellos conocían El Brillo y me guiarían para entenderlo.
Con esa esperanza en la cabeza comencé la investigación. Tonterías. ¿Cómo podía ser que en un océano de información hubiera tanto conformismo, tanto individualismo? Páginas y páginas plagadas de ridiculeces: "10 pasos para perder la vista. Superefectivo.", "Tutorial para esforzarte menos y lograr resultados mediocres pero visibles.", "Código de conducta del sindicato de maestros con debilidad visual autoimpuesta y sus derechos como trabajadores". En fin, nada sobre luciérnagas fugaces sobre las cabezas de los estudiantes.
Pero entonces lo encontré, indexado en la página más recóndita del buscador, un texto de apenas algunos párrafos, firmado por "S. P.". Presentaba un estudio realizado por ella o él mismo en el que indicaba una alarmante situación dentro de su aula de clases, sus estudiantes de matemáticas estaban cayendo en estado de coma. Su cerebro que, al principio de la sesión parecía funcionar a la perfección, acababa después de un par de horas de explicaciones por desconectarse del resto de su cuerpo. Los ojos de los adolescentes se cubrían de un blanco lechoso, sus brazos y piernas quedaban flácidas y la quijada se trababa. Dejaban de reaccionar a cualquier estímulo externo y debían llevarlos de emergencia al hospital más cercano en donde los médicos siempre daban la misma sentencia "el diagnóstico no es prometedor, su cerebro dejó de generar conexiones y lo único que podemos hacer es mantener funcionando sus más vitales funciones fisiológicas".
El artículo mencionaba, sin embargo, que habían encontrado una luz en el camino, literalmente una luz. El o la catedrática contaba que en una incursión que hizo al salón de arte en búsqueda de gises para seguir con sus enseñanzas, notó algo extraordinario, unas "chispas revoloteando alrededor de la cabeza de las y los estudiantes". Pensó que el ambiente en el aula de arte era tremendamente diferente al de su aula y planteó la hipótesis de que, tal vez, esas chispas ayudarían a sus estudiantes dormidos a despertar. Pero terminaba el artículo con un simple "seguiré informando". Sin embargo, por más que busqué información extra no pude dar con una continuación a su trabajo de experimentación y sólo logré conservar un incipiente texto de la metadata del sitio web:
S.P. Clase de Matemáticas e Inteligencia. TIM.
IP 102.128.136.112 👁👁
Analizando cada elemento pude llegar a una conclusión muy poco fundamentada pero la única pista que tenía hasta el momento: S.P. impartía clases de matemáticas y, al parecer, también de inteligencia. TIM pudiera ser su colaborador o tal vez el programador de la página que dejó un "huevo de pascua" en el código. La IP indicaba que ese texto había surgido de un sitio muy al sur de África y el par de ojos, esos en formato ASCII, bueno, eso fue lo que me dio esperanza.
Me propuse obsesivamente encontrar la forma de descubrir lo que había pasado detrás de esa corta y seca historia. Cada día, durante semanas, navegaba interminables cantidades de páginas web y cada día, durante semanas, me iba decepcionando cada vez más al no dar con ningún indicio de la existencia de S.P. Así que, poco a poco, me rendí.
Los días siguieron su curso y volví a mi aburrida navegación cotidiana. Pero una noche, después de un cansado día y mientras hacía scroll infinito en la app de mi red social favorita, algo increíble sucedió. Un nuevo “me gusta” a una de mis publicaciones. La notificación hubiera pasado desapercibida si no fuera porque el personaje en cuestión tenía como imagen de perfil el clásico avatar por default que te asigna la red social cuando no te preocupas por incluir una foto personalizada para identificarte , aunque eso no fue lo más extraño, al observar bien y con una cara de asombro que cualquiera hubiera confundido con algo entre miedo y sorpresa, me di cuenta que el nombre con el que se identificaba ese avatar incógnito era nada más y nada menos que S.P.
No tenía ningún sentido lo que estaba viendo. Pensé por un instante que alguien me estaba jugando una broma y pensó en aprovecharse de mi vulnerabilidad ante esa obsesión que tenía atravesada en el pecho, pero, no se lo había dicho a nadie en absoluto. Siempre podía ser que alguien hackeó mi historial de búsqueda y al darse cuenta de lo monotemático del mismo pensó que sería divertido burlarse un rato de mí, pero, quién iba a tomarse la molestia de hacerlo sin de paso cargar algunas compras en línea a mi tarjeta de crédito.
No tenía ningún sentido.
La publicación con la que este nuevo y supuesto S.P. había interactuado era totalmente trivial y sencilla, sólo mostraba una imagen de una estatua de Sócrates y la frase “La educación es el encendido de una llama, no el llenado de un recipiente” y como la privacidad de mis publicaciones estaba en “Público”, cualquier persona con Internet que se topara con mi perfil podía ver e interactuar con todo lo que se me había ocurrido subir. Ahí caí en cuenta que no era necesario ser un hacker para dar un poco de seguimiento a los tantos comentarios, preguntas y hasta quejas que había dejado en decenas de blogs, foros y videos en mi frenética búsqueda por S.P.
Ahora todo tenía sentido.
Algún troll de internet estaba haciendo de las suyas. Vaya incrédulo que fui por algunos largos segundos.
Probablemente lo hubiera dejado pasar si no hubiera sido porque casi al instante otra notificación golpeó con mi realidad, ahora en forma de mensaje. S.P. escribía: “Así que te interesa saber más sobre las chispas, ¿no?, pues eres un caso excepcional y si no fuera por tu insistencia creería que eres uno de esos conservadores que buscan denostar mi trabajo y hacerme caer en desgracia… ¿lo eres?”
Me quedé mirando un instante. Estábamos en la misma posición, ¿por qué iba yo a creerle?, ¿por qué iba ella o él a creerme? ¿Y si revelaba de más?, yo no era precisamente un rebelde de la ley, pero andar hablando de luciérnagas en la cabeza abiertamente podía colocarme en la posición justa para que todos los integrantes del sistema ejercieran una discriminación sistemática en mi contra que me obligara a, en el menos malo de los casos, quedar sin trabajo.
¿Qué hacer?
Pensé por un momento dejarlo, olvidarme de ello. Qué más daba que hubiera visto unas lucesitas, no iba a cambiar nada el entender qué eran. ¿O sí?... Pero seguramente no era el verdadero S.P. quien me había escrito, tal vez ese sujeto ni siquiera existía, tal vez, tal vez. ¡Maldita ansiedad!
Después de algunos minutos de peleas internas recordé entonces aquella escena, en donde al protagonista se le presenta una difícil decisión, ¿la recuerdas?, esa en donde el pequeño hombrecito tenía que elegir si se embarcaba en una aventura para destruir el anillo de poder o tal vez era mejor tomarse la píldora roja, aunque al mismo tiempo podía agarrar sus maletas, tomar el tren y llegar al más grande Colegio de Magia y Hechicería, pero claro, siempre estaba la posibilidad de simplemente quedarse a vivir tranquilamente en Tatooine.
¿Qué pensarían mis héroes ficticios al respecto?
¿Qué debería hacer?
¿Tendría el valor?
Al día siguiente me embarqué en un viaje de tres días y dos noches que me llevó a darle la vuelta al mundo, al lugar más al sur del continente africano donde, según mi investigación y la plática de la noche anterior con el tal vez falso S.P., se albergaba una de estas ciudades burbuja en donde vivía ese místico escritor (o escritora) de aquella lectura online. ¿Sería quien yo pensaba? ¿sería esta persona realmente quien hablaba sobre chispas de conocimiento y matemáticas que matan? ¿sería ella o él quien podría explicarme lo que pasaba? ¿Sería alguien que me entendía?
Me encantaría poder narrar una serie de increíbles aventuras que viví durante el viaje y aderezar con ello mi relato, pero, fuera de una leve enfermedad estomacal y un extraño bicho que estuvo a nada de picarme, fue en realidad un largo y rutinario trayecto que además se vio completamente opacado por lo que me esperaba en la burbuja sudafricana.
El horario local marcaba las 11:45 de la mañana cuando llegué a una de las cuatro entradas de la burbuja, las enormes puertas de cristal que se localizaban al norte del complejo estaban totalmente desprovistas de seguridad, algo que me sorprendió, pero después entendí. Las burbujas eran espacios de reunión y no bunkers para protección, no había necesidad de protegerse, los ciegos no violentaban, sólo ignoraban y criticaban. Los "ojos abiertos", por su parte, adoraban la opulencia de una semiesfera brillante colocada a la mitad del desierto.
Entré. Parecía estar todo en completa soledad.
Fui cuidadosamente acercándome al edificio central, el más alto de todos, eran al menos 20 pisos de una geometría impecable y de un blanco que los rayos de sol únicamente hacían brillar más. Ignoraba en absoluto lo que encontraría dentro, pero iba preparado para todo. Cargaba mi celular con batería completa y un par de baterías de respaldo en la mochila, una botella de agua que de vez en cuando ayudaba a reducir un poco la deshidratación, un par de tenis deportivos perfectos para caminar largas distancias y, en caso de ser necesario, correr tan rápido como mis sedentarias piernas pudieran hacerlo y claro, una libreta y un lápiz, no para tomar notas, sino para garabatear en sus hojas cuando la música y el video me habían terminado por aburrir.
No hubo un cambio con respecto al exterior. Las mismas paredes blancas, el mismo silencio. Empezaba a perturbarme tanta quietud pero no me atrevía simplemente a tocar una de las decenas de puertas que habían a lo largo de los tantos pasillos que comunicaban las diferentes áreas. Decidí subir por el elevador y presionar un botón al azar, "el 3", pensé, y después lo justifiqué con la fijación que tengo con dicho número. El elevador se puso en marcha y las luces en el tablero me indicaban que llegaría rápidamente a mi destino. Un estridente pitido se escuchó en el piso 2, las puertas se abrieron pero nadie subió y el elevador continuó con su trayecto hacia arriba.
Imaginé que, al igual que el resto del lugar, el piso 3 me decepcionaría.
No fue así.
*Piiiimm* se escuchó nuevamente en el cubo metálico y las puertas se abrieron. El paisaje cambió completamente, las paredes blancas y la luz brillante habían desaparecido en su totalidad y habían sido sustituidas por un pasillo largo y completamente inmerso en la obscuridad. La luz del elevador alcanzaba a iluminar unos cuantos metros equipados con absolutamente nada. "bueno, será el 3", pensé y di un par de dudosos pasos hacia afuera. La puerta se cerró detrás de mí y el miedo inundó mi pecho.
Estuve un par de minutos esperando ahí, ciego, pensando "oh, entonces así es como se siente", hasta que salí de ese estado de trance y decidí emprender la investigación. Encendí la linterna del teléfono celular y eso ayudó, un poco, pues seguramente un agujero negro en medio de la habitación estaba tragándose cada partícula (¿onda?, no es momento de discutir eso) de luz que emitía el pequeño LED ubicado al lado de la cámara de mi aparato de comunicación.
Seguí caminando, tanteando las paredes con mi mano izquierda, avanzando lentamente. Vi entonces unos escalones que llevaban hacia el techo, hacia una puerta, como si de un ático se tratara. "No es momento de ser cobarde, has viajado mucho para llegar hasta aquí... seguro que está igual de vacío como todos los demás lugares", me justifiqué para darme valor y subí los escalones. Al llegar, noté que la puerta que ahora estaba sobre mi cabeza no tenía candado ni ningún elemento de bloqueo evidente, así que empuje con apenas un poco de fuerza para abrirla, pero no cedió. Decidí intentarlo con un poco más de fuerza... nada. Desesperado, hice un tercer intento, más fuerte, y usando todo el peso de mi cuerpo.
¡Puuum!
Las puertas se abrieron bruscamente y azotaron fuerte contra el piso a donde fui a caer yo también. No pasó ni un segundo cuando un fuerte sonido mecánico chocó contra mi tímpano y estuvo acompañado de unas luces rojas estroboscópicas brillando y girando en medio de la obscuridad, una alarma comenzó un estridente ruido pero el espacio continuaba en un negro total y no podía localizar su procedencia.
¡Puuum!
Sonó como si un gran bloque metálico cayera contra el suelo seguido de sonidos de despresurización, ¡puuum!, se repitió, ¡puuum!, una vez más y con cada repetición el sincronizado ruido se acercaba más a mí, que me quedé petrificado y el único momento de consciencia que tuve fue para darme cuenta que había soltado mi celular y mi mochila, que, aunque no me hubieran servido de nada, su falta sólo me hizo sentir más desprotegido y débil.
¡Puuum!
“Hasta aquí llegué”, pensé. “Valió la pena”. Justo en ese momento se encendieron todas las luces del lugar, todas al mismo tiempo, y ante mi atónita mirada se presentó una de las imágenes más impactantes que haya presenciado en mi vida, tanta fue la sorpresa al ver lo que provocaba el ruido mecánico que inmediatamente perdí la consciencia.
[... Continuará]
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